La sordera unilateral

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“Iba temprano de camino al instituto. Acababa de cruzar una calle y subirme a la acera, cuando de repente se oyó un rugido de motor, un frenazo y un fuerte pitido. Me giré y no vi nada, al siguiente momento me encontraba en el suelo golpeado sin saber qué había pasado. Por lo visto un coche salía de su aparcamiento sin ver una moto que venía por su carril. Ésta lo esquivó instintivamente como pudo invadiendo el carril contrario, y un coche que venía tal vez demasiado rápido por ese carril pegó un frenazo y giró para hacer hueco al motorista acabando con el morro de su vehículo ligeramente sobre la acera. Me impactó de costado y acabé de bruces contra suelo. No me ocurrió nada grave, ni fue un gran accidente y desde luego no fue mi culpa, pero al escuchar los sonidos previos al incidente me giré hacia el lado contrario de la intersección y sin apreciar nada, desconcertado, no pude reaccionar. Padezco hipoacusia o sordera leve unilateral y me cuesta un mundo identificar la dirección de donde provienen los sonidos. Otros transeúntes que observaron la secuencia del accidente me preguntaron por qué me había quedado parado. Parece ser que si hubiera acertado a mirar en la dirección correcta o escuchase perfectamente me habría dado tiempo de sobra con un pequeño acelerón a evitar el atropello”.

Esta anécdota de Alberto refleja perfectamente una situación complicada que puede sucederle a personas con deficiencia auditiva en uno de sus oídos. No ser capaz de identificar correctamente la dirección del sonido es sólo uno de los síntomas que esta patología provoca.

La sordera o hipoacusia unilateral, como su propio nombre indica, se define como cualquier pérdida auditiva que afecta solamente a uno de los oídos. Puede ser originado por varias causas: infecciones virales, enfermedad de Ménière, lesiones en la cabeza, secuela tras una intervención quirúrgica cerebral, etc. A su vez, puede padecerse desde el nacimiento, sea genético o no, aparecer repentinamente o ir acuciando progresivamente. Se considera grave cuando la pérdida supera los 41 decibelios.

Más allá del grado de afectación, es decir , sea parcial o profunda , otra de las problemáticas diarias que origina son la incomprensión del habla en ambientes ruidosos, la incapacidad de identificar y separar determinados sonidos simultáneos y dificultad para comunicarse con fluidez en conversaciones grupales.

Ricardo, otro miembro de nuestra comunidad SOUL&ALEGRÍA que padece hipoacusia en uno de sus oídos nos cuenta que cuando sus hijos le llaman “¡Papá , ven…!” Nunca acierta a identificar si le reclaman desde su cuarto, desde el salón, desde el baño, la cocina o el pasillo y se da unos paseos considerables por el domicilio.

Beatriz, en otro caso trivial, nos cuenta que es un poco desastre y nunca sabe dónde ha posado el teléfono móvil y cuando suena, aparte de asustarse de primeras, se pone muy nerviosa buscando como pollo sin cabeza por cada rincón o bolsillo con la intención de atender la llamada a tiempo si está sola, y también de dejar de molestar a su alrededor cuando está en compañía.

A otras personas les puede generar retraimiento social o laboral por no poder comprender correctamente a los interlocutores en las conversaciones en grupo y las reuniones. Alberto nos cuenta también, como ya siendo adulto estuvo varios años esforzándose por ganarse la confianza de sus superiores en el trabajo. En una cena de empresa le tocó sentarse al lado del máximo mandatario, eso sí, en el lado de su “oído malo”. Se pasó todo el convite sudando tinta china para disimular su carencia, medio sonriendo y asintiendo con la cabeza sin parar.

En mi caso, aunque padezco hipoacusia en ambos oídos, también tengo dificultades para la comunicación en espacios abiertos y ambientes grupales. Recuerdo perfectamente una situación en el ámbito laboral que aún me avergüenza. Llevaba algo menos de dos semanas en uno de mis primeros trabajos. Era una gran empresa y nos citaron a los últimos incorporados a una reunión de presentación. Éramos unas veinte personas dispuestas en semicírculo y tras una primera ronda habitual de saludos del tipo soy fulanito y vengo de…, yo apenas “conocí” a las dos personas que estaban a mi lado.

Proseguimos con una serie de juegos o dinámicas de grupo. Uno de ellos consistía en ir enumerando consecutivamente, sin repetir y lo más rápido posible, una palabra, adjetivo o concepto que nos evocara la empresa. Llegó mi turno y dije mi vocablo. Por las caras de incredulidad a mi alrededor, intuí que lo acababan de decir hacía bastante poco. Me apresuré y dije rápidamente otras tres o cuatro palabras. Por lo visto todas ya habían sido mencionadas y provoqué una estruendosa risa generalizada. No fue mi mejor debut que digamos.

Desde entonces suelo incluir en mis presentaciones que padezco cierta pérdida auditiva y es tan importante que los que la sufrimos perdamos el miedo, o el tabú de decirlo y reconocerlo, como que las personas oyentes empaticen con nuestra comunidad, conozcan nuestras dificultades y problemáticas y sobre todo pierdan los prejuicios. Que nos miren o escuchen de la misma manera natural que lo hacen cuando alguien lleva gafas.

Para variar, no existen cifras fiables acerca del número de personas afectadas por la sordera unilateral. Se estima que sólo en EEUU unas 60.000 personas al año se ven afectadas por esta condición. En UK se diagnostican más de 9.000 nuevos casos al año. El último informe de la UE al respecto señala que más de 22 millones de habitantes viven con algún tipo de pérdida auditiva discapacitante sin tratar.

Según el tipo y la causa existen múltiples tratamientos, pero muchos pacientes siguen sin ser tratados, en parte por la falta de conocimiento o dificultad en la detección. Es de vital importancia poner atención en el caso de los niños a una detección temprana del problema para encarar con garantías la mejor solución.

Sonia, otra amiga de la comunidad hipoacúsica que padece sordera unilateral profunda nos cuenta cómo cuando era bastante pequeña su padre solía estar largos períodos de tiempo fuera de casa trabajando. Cuando llamaba por teléfono y se lo ponían a ella, su padre objetaba “la niña nunca me contesta”. Lo achacaban a algún tipo de reacción o vergüenza a pesar de que ella ya tenía edad de hablar con fluidez. Meses después, un buen día le pusieron el teléfono por casualidad en la otra oreja y conversó entusiasmada con su padre. Sólo cuando esta situación se repitió eventualmente, su madre cayó en la cuenta de la posibilidad de que no oyera bien por un oído, le pudieron detectar el problema y tratarlo en consecuencia.

Desde SOUL&ALEGRíA, cultura y arte para todos los oídos, seguimos intentado aportar nuestro granito de arena ante la falta de información y sensibilización imperante. ¡Ayúdanos a difundir!

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