Experiencias en comercios

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El otro día me encontraba en una cola de supermercado abarrotada cuando de repente un empleado se dirigió a una nueva caja para anunciar algo por megafonía. A pesar de que llevaba mi prótesis auditiva, con tanto bullicio no entendí del todo la locución pero me resultó bastante obvio que anunciaban la apertura de una nueva caja. Así que me dirigí hacia allí dispuesta a posar mi compra en la cinta. El empleado me comentó algo que tampoco entendí y mientras posaba mis artículos le pedí que me repitiera porque no oía bien. Esta vez alto y claro me respondió: “¡Está usted sorda señora! , esta caja está cerrada, he dicho que les atiendo por la número siete”. Sin ganas de replicar, explicarme o pedir respeto volví hacia la cola donde me encontraba y se me ocurrió coger un par de bolsas de chicles que suelo consumir para destaponarme los oídos. No había ni alcanzado mi destino cuando varias personas visiblemente agitadas me empezaron a decir cosas del tipo: “¡No se cuele señora, si se le había olvidado algo, ahora se aguanta!” ,“¡Quien fue a Sevilla perdió su silla!“, “¡Eso le pasa por ir de lista!” Me pareció tan surrealista la situación que volví al final de la cola sin rechistar palabra.

En otra ocasión hace bastante poco fui a una tienda de telefonía a contratar una nueva línea. Tras comentar mi condición hipoacúsica y realizar mi petición, me informaron que figuraban a mi nombre otras tres líneas activas que ya había mandado anular hace bastante tiempo. Ya sabemos todos cómo de inmensamente complicado resulta dar de baja un servicio de este tipo en comparación con la instantaneidad para darse de alta. Por lo tanto seriamente exigí la eliminación definitiva de mi vinculación a esas líneas telefónicas. La persona que me atendió me espetaba que no estaba en su mano mientras adoptaba de muy malas maneras una postura reacia al entendimiento: fruncía el ceño, negaba con la cabeza y apoyando el codo sobre la mesa posaba su mano en la barbilla cubriéndose toda la boca. Le pedí encarecidamente que dejará de taparse los labios para poder entender algo de lo que decía, pero repetía una y otra vez la misma pose hasta que evidenció mirándome con recochineo que lo hacía a propósito.

No acierto a explicar cuánta afrenta, vejación o humillación supuso para mí tal comportamiento. Aunque salí disparada de la tienda y cerré a posteriori toda asociación con esa compañía, todavía me arrepiento de no haber tomado medidas legales drásticas contra aquella conducta impresentable.

En el día a día de las personas con hipoacusia suceden lamentablemente un sinfín de situaciones de este tipo inherentes al comportamiento social, que serían fácilmente solventables con el compromiso institucional por promover campañas informativas apelando a la empatía de las personas.

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