Vivencias en el dentista

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Nos suele ocurrir bastante a menudo a las personas que padecemos cierta pérdida auditiva (hipoacusia), que al iniciar una conversación y viene el primer ¿qué? porque no hemos oído bien lo que nos dicen, explicamos nuestra condición y pedimos educadamente a nuestro interlocutor que intente hablarnos más alto, más despacio o vocalizando un poco más. Éste tras unos primeros momentos haciendo el esfuerzo, como es comprensible vuelve a su tono, volumen y forma de hablar habitual. Según la confianza, la situación y la importancia de la conversación solemos pedirlo de nuevo, pero en muchas ocasiones resulta incómodo, cansado o pensamos que puede sentar mal. Entonces redoblamos si cabe nuestro empeño de atención y construimos las frases con las palabras que creemos que vamos entendiendo.

Es también bastante común que algunas personas cuando saben de antemano que tienen que comunicarse con alguien con hipoacusia empiezan a hablarnos exageradamente alto, lento y pausando en cada sílaba. Este modo me resulta análogo a cuando a veces tienes que hablar con una persona extranjera sin saber ni pizca de su idioma… Al final lo que ocurre es que se pierde naturalidad, se desvirtúa el lenguaje corporal y en vez de facilitar, complica aún más la comunicación. Este tipo de situación suele ser bastante cómica, pero también puede resultar ofensivo y adquirir cierto matiz de cruda burla. En ambos casos, tanto cuando se diluye el esfuerzo como cuando te hablan como si fueses extraterrestre, en mi opinión parten de una buena intención. El problema radica en una total desinformación social sobre los múltiples y distintos grados, tipos y niveles de deficiencia auditiva, y una falta de sensibilización o visibilidad hacia nuestro colectivo.

Con el objetivo de combatir la invisibilidad o la ignorancia acerca de la discapacidad auditiva, desde Soul&Alegría tratamos de contar historias propias y ajenas que ayuden a concienciar sobre las numerosas coyunturas a las que nos enfrentamos en nuestro día a día. Uno de los muchos ejemplos puede ser el caso de las visitas al dentista. Estos profesionales trabajan con una mascarilla bucal que nos dificulta enormemente la comunicación. Os voy a relatar varias de mis experiencias personales .

Me encontraba hace años realizándome una ortodoncia en una clínica familiar compuesta por sólo dos personas multidisciplinares. El doctor tenía una voz sumamente grave inaudible para mí, y sin la posibilidad de leerle los labios debido a la mascarilla, la comunicación era totalmente nula. Su asistente tenía que compaginar sus múltiples tareas dentro de la propia consulta y la recepción de la clínica, con la traducción simultánea de las indicaciones que el doctor me iba dando. Tras unas cuántas sesiones ciertamente surrealistas tuve que cambiar de clínica con las complicaciones que conlleva abandonar a medias un procedimiento de ortodoncia.

En otra ocasión, me estaba realizando un tratamiento de endodoncia de varios empastes durante semanas. Al terminar cada cita me dirigía a la recepción y pagaba el coste de cada sesión. En una de éstas, la doctora me comentó algo de lo que sólo creí entender la última palabra:…gratuita. Le pedí que me repitiera y me dio una explicación médica pero no mencionó en esta segunda ocasión la palabra gratis en ningún lado de la frase, por lo que pensé que había escuchado erróneamente. Aboné como cada día el coste de la visita y sólo a posteriori, al terminar todas las visitas programadas comprendí comprobando las facturas lo que me había dicho la doctora aquella vez. No había considerado necesario realizar el tratamiento en uno de los dientes afectados, por lo que la consulta de ese día era gratuita. Fuere por despiste ,equivocación mía u omisión avariciosa de la clínica, el caso es que acabé pagando por un empaste más de los que me realizaron.

Por último me gustaría contaros otra anécdota en el dentista que me sucedió a muy temprana edad. Se encontraba el doctor de esta ocasión en plena faena realizando las comprobaciones pertinentes repitiendo las siguientes indicaciones: “Abre grande” o “cierra fuerte”. Para mí sonaban demasiado parecido, por lo que tras ver que el doctor se impacientaba repitiéndome muy de seguido las órdenes cuando no le hacía caso instantáneo por mi duda auditiva, concluí que iba a resolver la situación mediante la lógica: si tenía la boca cerrada, la orden consiguiente debía de ser inequívocamente la apertura y viceversa. Funcionó a la primera y mejoró notablemente la fluidez del desempeño, hasta que una de las veces no fui consciente de que disponía mi boca en una apertura media y reaccione a la petición deducida cerrando mi arcada con todas mis fuerzas. Acabé con sangre, trozo de guante y casi el dedo del doctor entre mis dientes. ¡Oppps, lo siento!

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